Hace poco salí a correr por el parque y de regreso a casa pensaba dos cosas. La primera, en cuán necesario es poner el cuerpo en movimiento. No solo por una cuestión de salud física y mental, sino por amor. Amor a nuestro principal vehículo a lo largo de la vida. La segunda, en cómo asociamos el retirarnos a un espacio verde a «desconectar» (de la rutina, las obligaciones, los problemas).
La naturaleza como analogía de refugio o vía de escape. «Me voy unos días al bosque/a la montaña/al mar, para desconectar», solemos decir.
Nosotros sabemos a qué nos referimos cuando decimos lo que decimos. El Universo, sin embargo, es literal. Por lo que si decimos que vamos al mar a desconectarnos, así andaremos, sin Wifi interior aunque subiendo stories y respondiendo mensajes. Imaginen lo que ocurre cuando decimos «el dinero no alcanza» o «estoy agotada/o»… Exacto. Lo hemos decretado.
Estos «decretos» generalmente provienen de creencias muy arraigadas en la Cultura y en nuestro sistema familiar. Pero, principalmente, de la falta de consciencia al hablar. Repetimos aquello que hemos escuchado o visto desde pequeños sin pararnos a pensar en cuán coherente es con nuestra propia visión de la vida.
El poder de la palabra es tal, que debemos prestar atención a lo que decimos y cómo lo decimos. A partir de allí podremos detectar nuestras creencias y modificar la percepción de nuestros conflictos. Podremos empezar a crear la vida que realmente añoramos.
Comienza a pensar en el eco de tus palabras. En lo primero que te dices al despertar y lo último que te dices antes de dormir.
Ejercicio: hoy intenta observarte a conciencia.
“¿Cómo me hablo?” (con cariño, desprecio, compasión, dureza…)
“¿Qué historias me cuento?”. Intenta detectar el relato interno.
¿Caes en el rol de la víctima fácilmente?
¿Te sientes protagonista o personaje secundario de la novela de tu vida?